viernes, marzo 23, 2007

Siendo el día de la discriminación

Cuando los vi, sujeté fuerte mi cartera y traté inútilmente de arrimarme a pesar de que no había ya más espacio libre. Fue una reacción casi intuitiva.


Apareció de pronto. Subió rápido las escaleras y se medio acostó (eso no era sentarse) en el sitio del costado. Muy, muy sucio. Pelo largo despeinado. Polo ancho, roto, percudido y arrugado. Short en iguales condiciones. Y un trapo en la mano que parecía haber limpiado la grasa de miles de autos.
Su mirada estaba perdida. El cobrador le pidió pasaje y como el hombre ni le contestó, el chofer le gritó que se baje. Gesticuló con la mano y salió del ómnibus tambaleándose, no sin antes recorrernos con esos ojos idos.
Al instante el chofer cerro la puerta del ómnibus. Y el hombre, muy drogado, no se le ocurrió mejor idea que arrecostarse en la puerta del vehículo, inconsciente de que si este arrancaba sufriría las consecuencias. Yo ya había soltado la cartera y lo contemplaba dolida, angustiada, preocupada.
Entonces recordé las palabras de Fede, quien afirma estos sujetos son producto de una sociedad corrupta, endeble, dañina. Y en parte comprendí que tenía razón. Si bien la decisión de drogarse o no depende de uno, a veces el entorno te empuja con demasiada fuerza a ello.


Subió pausado, como pidiendo permiso a cada pie para avanzar. Tenía unos lentes inmensos, medio rotos, todos empañados. Era bastante regordete, con mirada esquiva y estaba muy, pero muy transpirado. Su chompa era vieja y bastante percudida. Sus zapatos muy gastados. Y sus manos, un tanto sucias, sostenían fuertemente al diario, como si de una joya preciosa se tratara.
Se sentó frente a mí. A los pocos segundos sacó un lapicero y le dio un par de besos. Sin importarle – o sin darse cuenta – que lo miraran como a un extraterrestre dio un par de lamidas a su desgastado y mordisqueado lapicero azul. Como siguiendo un ritual mágico empezó a desdoblar su diario con mucha delicadeza. Abrió el crucigrama y empezó a revisar, sumamente concentrado, todas sus respuestas. De tanto en tanto apretaba fuerte el lapicero y remarcaba una palabra. Así se la pasó todo el viaje.
Bajamos en la misma esquina sin que el se percatara de mi existencia. Ya en la vereda no existían los vendedores ambulantes ni los taxis tocando bocinas ni los lustrabotas. El iba casi saltando, mirando al piso, sin pisar la línea, rumbo al diario.
Entonces recordé que cuando era niña me encantaba ir jugando a que perdía si pisaba la línea. Y lo miré con una sonrisa, comprendiendo que no era un “anormal” como delataban las miradas de los transeúntes que nos cruzábamos. Era alguien especial. Incomprendido y apartado, aún a pesar de su inocencia.

4 comentarios:

Viv. dijo...

Dos maneras de soportar la existencia -evadirse de si mismos-
Abrazo.

Vero dijo...

Y es que a veces andamos tan abstraídos en nuestro propio mundo, que ni nos percatamos de lo que sucede alrededor nuestro..
efectivamente, mal o bien, dos maneras de evadirse del mundo..

Dinia Solano dijo...

Podría decir que ellos son los "Otros", diferentes, apartados...

Pero yo no soy también "otra": soy latina (no muy querida por los estadounidenses), soy mujer, hablo español.

En algún momento todos somos parte de los rechazados.

Marcela Mendoza R. dijo...

acertadisimo comentario, como siempre blue!

exacto yola, ellos eligieron ese aislamiento

la idea era esa justo, dinia, que todos somos a veces discriminados o discriminadores (y con "justa causa" como cuando todos - y me incluyo - apoyamos que saquen al drogadicto del carro y nos sentimos aliviados de saber que ya no está cerca y no corremos peligro)