domingo, setiembre 19, 2010

es cierto...


Sí, es cierto, Londres es simplemente exquisita. Demasiado hermosa. No hay callejuela o rincón en donde no haya un poquito de historia escondida, un toque de magia, misterio o elegancia. En especial el centro histórico, en donde uno se pierde entre las piedras de las veredas, las construcciones medievales, los castillos, las fachadas de las tiendas y el puente.
Pero, es necesario decirlo, parte de su encanto se debe a lo limpia y cuidada que la tienen. No hay basura, polvo acumulado en las paredes, ni mucho menos. Salvo la esqina cercana al Mc Donald, en donde vimos una cajita feliz tirada en un rincón, se aprecia un cariño y cuidado por la ciudad que difícilmente se encuentran al otro lado del charco.
Y, en efecto, los ingleses son tan pulcros como su ciudad y tan bien puestos como los muestras los libros y enciclopedias. Amables, atentos, muy muy correctos y respetuosos, aún cuando tengan estilo punk y aire desenfadado. Y, sí, bastante ordenados hasta para tomarse una cerveza en la calle...

lunes, setiembre 13, 2010

ni tanto...


Me dejé llevar por las apariencias... y menuda fue la decepción. Y es que eso de depender de la modernidad...
El señor del mostrador me dijo que claro, que es seguro y rápido, que no es complicado. Los galanazos de saco y corbata que tan nice iban jalando la maleta, con la barbilla inglesa tan por lo alto acompañados de unas ejecutivas de elegante sastre y pelo recién peinado me hicieron creer que los augurios del señor del mostrador eran ciertos y termine subiendo al Metro - un tren subterraneo que cruza el centro de Londres - sin imaginar cúan grande sería mi arrepentimiento.
Al rato de haber cruzado varias estaciones, empezó a bajar la velocidad mucho y a detenerse por espacios de 15 minutos. El fino inglés del costado me repitió más de dos veces que eso no era lo usual mientras un funcionario, al puro estilo de contestadora telefónica, se disculpaba por los imperfectos en el software que los ingenieros estaban tratando de resolver. Nada. Que mi gasfitero llega más rápido y - a la criolla - me soluciona cualquier imposible sin disculparse tanto.
De más está decir que fuimos pasando, allí encerrados bajo tierra, del conformismo y la indiferencia a la incredulidad y el temor. De pronto el tren, como se pudo prevenir, se detuvo por completo, empezó a apagar algunas luces y gemir sus últimos lamentos hasta parar el motor. Entonces Agatha Cristie y Holmes se apoderaron de mi imaginación y miré recelosa de un lado a otro, preparándome para la pronta llegada de algún misterio. Los minutos pasaban, la luz seguía tintineando... y el tren no tenía cuando moverse.
Tras confirmar que ninguno de los presentes era un criminal y leer todo el periódico gratuito con reportes de extraños crímenes en una mansión de siete habitaciones, terminé por convencerme de que aquellas negras paredes que casi acariciaban al vehículo no iban a cobrar vida para aplastarnos. ¿y para eso quiere mi presidente un tren eléctrico? pensaba como toda una tercermundista colada en la modernidad europea que se jacta de evitar el tráfico bajo tierra. Ja! que si hubiera estado al lado de la calle, en mi combi asesina, pues me hubiera bajado y hubiera seguido a pie... y no me habría demorado más de tres horas...