Al ver la cinta sentía que estabamos en Perú. En mi mente desfilaron miles de anastacias sacadas del violentado Ayacucho y obligadas a dejar atrás su quechua para cuidar niños ajenos como propios. Ahí estaban engañadas, abandonadas, resignadas, sumizas, temerosas, aburridas.
El mérito de la película va más allá de la reivindicación. Nos muestra una realidad viva, persistente, cotidiana y no por eso menos triste y dolorosa. No es, para nada, una historia entretenida. Es una foto triste de una problematica persistente en nuestros continentes.
La Lima actual , al igual que México, aun tiene mucho machismo, racismo, clasismo y un largo etcétera. Es ese sentimiento el que ha hecho que muchas voces protesten por las nominaciones al Oscar, por las portadas de revistas y toda la bulla a favor de Yalitza. Y es ese mismo sentir el que ha originado la protesta de las socias de un club limeño por la excesiva presencia de nanas "sin derecho".