domingo, abril 29, 2018

La casa de cristal

Vivimos en una casa de cristal. El termino lo acabo de leer en un artículo de opinión (de Fabiola Morales) y me pareció muy preciso. El gran hermano se queda chico y no sé si nos estamos dando real cuenta de lo que pasa o si estamos perdiendo la noción de intimidad.
Partimos del escándalo de Facebook, quien filtro data personal, y llegamos a Mamani y sus videos que lograron la renuncia de un presidente. El punto es que se está haciendo público algo privado y los defensores de la trasgresion de la privacidad son cada vez más.
Sí, cuando hay un delito grave un video puede ser la prueba, pero debe ser obtenida lícitamente. Pero mas allá del caso puntual, hay muchos videos circulando en redes mostrando actos privados o íntimos. La tecnología nos permite grabar con mucha facilidad y compartir contenido en forma pública. Pero lo mas grave, creo, es que la mayoría ni se inmuta: les parece normal y correcto difundirlo todo.

¿Comí un saltado? Ahí está la foto. ¿Me emborrache e hice un papelón en la puerta del restaurante? Video viral con miles de vistas. ¿Violé a una chica en plena discoteca? Cientos comparten el material, lo comenta, se burlan ¿Perdi la paciencia y grité a la cajera del supermercado? Tendencia en twitter. Y ni se diga si sugerí sobornar a un ministro, pues la versión editada copa titulares en toda la tv.
En algunos casos puede ser útil el deseo de ser ciudadanos activos en la denuncia para evitar impunidad, pero hay un límite entre lo correcto y lo incorrecto que se está diluyendo. Una mujer se pelea con el novio y publica en Facebook todos los chats del supuesto canalla para que vean sus amigos lo mal sujeto que era. Capturan pantallas sin reparo y las difunden sin remordimiento.
Las nuevas generaciones crecen acostumbradas a vivir en una casa de cristal en donde, como el gran hermano, todo se filma y se está a expensas del dominio público, de una gran audiencia que consume realidad pop corn en mano, sin remordimiento alguno. Y no sé, pero creo que tenemos que encontrar un límite: proteger nuestra intimidad y respetar la ajena. No solo se trata de que Facebook o las industrian sepan qué desayuno, se trata de poder desayunar sin tener miles de espectadores. Algo tiene que cambiar.