lunes, octubre 16, 2006

Lo justo

Vamos casi la mitad de la familia – mi papa y yo – en un taxi rumbo a quehaceres típicos de un sábado.

- ¡Mira! Abimael condenado a cadena perpetua – afirma gozoso mi papá.
- Lo mínimo. Autor intelectual de miles de muertes – contesto.
- Bien hecho – interviene el taxista.
- Sería el colmo si lo hubieran dejado salir – argumento emocionada.
- Esos terroristas que tanto daño hicieron a tanta gente. Pero deberían darles la misma pena a los militares. Yo lo he vivido. Ambos hacían lo mismo – añade reflexivo el taxista.
- ¿Usted es de Ayacucho? – como se imaginarán, ya estaba yo inclinada hacia delante y con la mirada fija en el conductor. Sólo me faltaba la grabadora.
- Sí. Tenía diez años cuando llegaban al pueblo, sacaban a todos a la plaza y mataban a los que no hacía lo que ellos querían. Pero era igual si llegaban los terrucos o si llegaban los militares. Siempre iban encapuchados. Siempre habían muertos.
- ¿Y cómo pudo salir de ahí? – intervengo angustiada.
- Me escapé. Ellos iban al colegio y sacaban a todos al adoctrinamiento subversivo, nos llevaban al cerro. El que no quería ir iban y mataban a sus padres. Tenías que obedecer. Yo me tiré a la asequia. Aguanté la respiración mientras todos pasaban por encima. Cuando se fueron empecé a correr y luego de caminar muchas horas llegué a la ciudad con un tío, quien me pagó un camión que me llevó hasta Lima.
- Aquí su vida fue otra….
- Sí. Ya han pasado muchos años…
- ¿Volvió alguna vez a Ayacucho? Dicen que ahora está bonito, tranquilo, más recuperado.
- No. Yo nunca volví, pero me han contado que la vida es otra.
- ¿Y está agradecido a Fujimori por erradicar el terrorismo?
- Para mí todos los gobiernos son igualitos. Ninguno es especial. Uno mismo va marcando el rumbo de su vida – sentencia con una mirada tranquila, un rostro sereno y una media sonrisa en los labios.

Me quedo unos minutos en silencio. Su mirada me hace recordar a mi querido Bilbo cuando partía rumbo a la tierra de los Elfos y luego de tirar el anillo al piso le decía al mago “Ya sé como terminar mi libro. Y vivió tranquilo y feliz por el resto de sus días”.

Cuan importante es, aveces, tener el valor de huir.

4 comentarios:

Ursula dijo...

Una más de las miles de desgarradoras historias que sucedieron en la cruel época de Sendero. Cuánta gente muerta, torturada, cuanta niñez adoctrinada para matar, cuanta gente tuvo que dejar sus tierras. Conmovedor el testimonio del taxista, ojalá nunca más se repitan esas historias.
Besos

Marcela Mendoza R. dijo...

nunca, nunca más. El Perú debe ser otro por siempre.

Anónimo dijo...

Estimada colega
Recuerde como periodista que cuando alguien le cuenta una historia terrible usted no puede "intervenir angustiada" en el relato.
Puede intervenir, y preguntar e interrumpir, pero la angustia es un lujo que pueden darse los entrevistados, no nosotros.
Un gran saludo,
Matías

Marcela Mendoza R. dijo...

gracias!

si, tienes razón.